Sin importar cómo ó cuando, mis peores temores se presentaron finalmente en esta “mi mediana edad”.
En menos de un mes, perdí a mi esposo y ahora pierdo a mis hijos y con ellos los estereotipos que debería cumplir una mujer cercana a los cuarenta.
No quiero llorar, pero no puedo evitarlo. Si no salen hacia afuera, mis lágrimas corren por dentro de mis ojos, se atascan, lo aniegan todo y siento cómo se ahoga mi espíritu, mis fuerzas, mi corazón.
Literalmente, soy un arroyo anegado, desbordado, con aguas caudalosas que lo baten todo, que tienen revuelta agua, lodo, troncos, plantas y cadáveres. Llevo mis fantasmas y mis fantasías dispersas entre las ilusiones rotas, las esperanzas fugadas, las promesas fallidas, las verdades evidentes y un dolor agobiante y sordo que no creí volver a sentir en mi vida.
¡La maldita muerte! ¡MALDITA!, que no sólo termina con una vida, sino con las otras entrelazadas.
Murió mi esposo, mi compañero, el hombre de mi vida, el que más me ha amado (y creo que me amará jamás), el que sabía reírse de mí y reírse conmigo, mi comparsa, mi mayor crítico, mi más grande fan, mi alegría cáustica, mi dulce amargo, mi mejor amigo y mi némesis.
Murió furioso, enojado, luchando con fiereza, bufando como un toro, mientras sus últimas gotas de sangre salían de su boca. Aún casi desangrado, su fuerza era espectacular. Era un hombre increíblemente fuerte, brioso, incontrolable y salvaje. Murió como vivió su vida: con rebeldía y furia. Él supo que moriría y sin embargo no se abandonó. Sólo cuando comencé a rezar para él un "Padre Nuestro", comprendió todo como un balde de agua fría escurriéndose en su cara, abrió sus ojos, comenzó a calmarse y expiró.
¡Yo no podía creerlo!! ¡No se suponía que terminaría así!, ¡no ahora!, ¡NO JUSTO AHORA!!! que estábamos adoptando, que vivíamos más felices, que nos acostumbrábamos a esa paternidad voluntaria, tan deseada (y tan temida)!... sólo acerté a llamar a las enfermeras. La doctora de guardia, Rubí, confirmó su muerte y me hizo salir de la habitación.
Lo declararon muerto a las 7:35 de la mañana... ¡que ironía!, esperábamos que a las 8:00 am, comenzara la visita médica, le hicieran una endoscopía y viniera finalmente su médico de cabecera, ya que se había atravesado el fin de semana y el ISSSTE estaba "casi cerrado"... maldita muerte que no descansa los domingos.
Cuando finalmente pude pasar a su habitación, lo ví acostado en su cama al fin tranquilo y de no ser por sus ojos abiertos, hubiera tenido la ilusión de que estaba dormido. Se los cerré, acaricié su cara, su bigote y barba enhiestos y orgullosos, su cabello ondulado, besé sus labios... y no pude evitar mirar todo aquel cuerpo bienamado: sus piernas hermosas delgadas y bien torneadas, su pancita peluda que tanto me gustaba, sus brazos firmes con los que me atrapaba, su cuerpo entero que se amoldaba tan bien al mío, todo él, toda su faz, todo él, mi amor, mi vida.
Las primeras horas son inolvidables: la resistencia a la idea, las memorias de los momentos críticos, ver su cuerpo amortajado, los minutos que me permitieron estar a solas, acariciar sus piernas, su pelvis, su abdómen, el torso, sus hombros, los brazos, sus manos, su cara... recorrerlo con mis manos adivinándolo todo debajo de la mortaja con el deseo de gritarle que despertara, de pensar que no era él, de mirarlo cara a cara... después la tranquilidad en medio de la angustia, "ser fuerte", ver cómo se lo llevan sabrá Dios a donde, el recoger sus utensilios del cajón del hospital, darle los datos necesarios a los doctores para llenar los reportes, acudir a trabajo social, ver a los tíos y primos, a mis cuñados con cara de incrédulos... subir a mi vehículo aún manchado con su sangre, pensar que deberé lavarlo, que no puedo ir a un autolavado y decirles "es que mi esposo vomitó sangre" y después de la consabida pregunta responder... "no, no se recuperó, está muerto".
Muerto y yo sin poder llorarte. Muerto y yo sin estar contigo. Muerto y entregar a mis hijos a las autoridades. Muerto y yo... muerta contigo.
Ahora soy viuda, ¡horrible palabra!... y a partir de la próxima semana seré... ¿qué palabra se utiliza para designar a aquella que ya no tiene hijos?... en resumen sola, completamente sola y sin ninguna ilusión para el futuro inmediato.
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